Por los años de mil cuatrocientos y tantos hubo cuestiones muy graves entre ayaleses y losinos sobre el aprovechamiento de los ricos pastos de la sierra que dicen tomó el nombre de Salvada, porque se salvaron por ella los restos del ejército leonés, destrozado en Padura y acaudillado por el príncipe leonés que duerme el sueño eterno en el pórtico de la iglesia de Arrigorriaga.
Un día vinieron á las manos, hacia el sitio que desde entonces tomó el nombre de Peña de la Sangre, y en la pelea murieron tres ayaleses de las principales familias de aquella noble tierra. Estos homicidios trajeron grandes persecuciones judiciales sobre los losinos, pero al fin, las familias de los muertos perdonaron a los matadores, y entre los habitantes de aquende y allende la Peña se celebró una concordia que aun subsiste, en la que se impuso a los losinos una obligación que aun cumplen con tanta religiosidad como vergüenza y pena.
Hace más de cuatrocientos años, el día de San Juan Evangelista, precisamente cuando la soledad de Quejana deja de serlo, porque se celebra allí una de las ferias más concurridas del Ebro abajo, aparecen en las alturas tres hombres vestidos de negro y descienden al valle, mientras los siguen con la vista la multitud que esperaba con curiosa impaciencia su aparición. Aquellos hombres son tres sacerdotes losinos que bajan a decir tres misas en la iglesia parroquial de Quejana para el eterno descanso de los tres ayaleses que fueron muertos por los vecinos de Losa en la Peña de la Sangre.
Los losinos han tratado muchas veces de redimir con oro esta carga para ellos penosísima y triste, porque creen que pesa sobre su honra; pero los ayaleses no lo han consentido. ¡Quién sabe si el haberse perpetuado la memoria del homicidio de los ayaleses, lejos de ser un gran mal es un gran bien para los losinos, a quienes este triste aniversario enseña cuán larga es la duración de las manchas de sangre humana!
(Texto aparecido en la revista Euskal -Herria en 1883. Autor: Antonio Trueba de la Quintana)
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