Los genios, que en algunos lugares dicen que tienen aspecto de insectos y en otros que son pequeños hombrecillos que van vestidos con unas calzas rojas, son unos personajillos capaces de los mayores portentos y que ayudan a aquél que los posee. Lo mismo pueden hacer que una yunta de bueyes gane una apuesta de arrastre, que pueden arar un campo en un abrir y cerrar de ojos o incluso trasladar a su dueño a largas distancias. Sobre estos seres mágicos hay una leyenda centrada en el pueblo de Añes que es la siguiente:
En Añes vivía un hombre que era tenido por brujo. Su casa estaba un poco apartada del pueblo y nadie se acercaba por allí a menos que tuviese una buena razón para hacerlo. Todo el mundo le temía pues era capaz de acabar con una buena cosecha o de desaparecer durante varios días y volver inesperadamente trayendo de los países más lejanos objetos o pócimas que luego utilizaba para su magia.
Durante muchos años hubo una cierta armonía entre los habitantes del lugar y el brujo; los lugareños para tenerlo contento le ofrecían provisiones y leña para el fuego. Pero, con el tiempo, el brujo fue convirtiéndose en un ser ambicioso y desagradable. Empezó a exigir más y más cosas. Si un día veía un caballo que le gustaba se lo pedía al dueño bajo la amenaza de hacer morir a todos los animales de su cuadra... Otro día se encaprichaba de un jamón colgado en alguna cocina o de una barrica de buen vino...
Los habitantes del pueblo soportaban su tiranía porque no convenía tenerlo por enemigo. Pero cada vez era más difícil contentarle y sus rabietas iban en aumento.
Todo hubiese seguido igual si, un día, el temido brujo no hubiese decidido casarse. mandó un recado al alcalde diciéndole que deseaba elegir esposa y que, por lo tanto, le tuviese preparada una muchacha para el día siguiente. En caso de que no se atendiese su petición, destruiría el pueblo.
Ante tal amenaza, el alcalde no tuvo más remedio que elegir a una joven del lugar llamada Grazia. Ésta era una joven muy alegre, guapa y, además inteligente. No estaba dispuesta a casarse con el brujo por nada del mundo pero tampoco quería que le ocurriese nada al pueblo.
No sabiendo como solucionar el problema, aquella noche se acercó cautelosamente hasta la casa del brujo y se puso a mirar por la ventana. El brujo se encontraba trabajando una de sus mezclas. Echaba hierbas y polvos en una gran olla y luego lo revolvía todo con un gran palo. Estuvo así durante mucho tiempo, pero al intentar retirar la olla del fuego, no pudo hacerlo. Entonces cogió una hoz que tenía encima de la mesa y, al soltar el mango salieron de él cuatro hombrecillas vestidos de rojo que se pusieron a dar saltos mientras decían:
- ¿Qué quieres que hagamos? ¿Qué quieres que hagamos?
- Retirad la olla del fuego -les contestó el brujo.
Ante el asombro de Grazia, los cuatro enanillos cogieron la enorme olla y la retiraron del fuego.
- ¿Y ahora que quieres que hagamos? -volvieron a preguntar
El brujo los puso en la palma de la mano y contestó:
- Ahora nada, queriditos. No sé lo que haría sin vosotros... Si supieran en el pueblo que vosotros sois mi magia... Ja, ja, ja... pero... ¡nunca lo sabrán! Si mañana no me han elegido una novia, os mandaré para que destruyáis el pueblo, asoléis los campos y matéis todos los animales... Y ahora, meteos en el mango de la hoz.
Así lo hicieron los cuatro geniecillos y el brujo apretó el mango a la cuchilla. luego apagó la luz y se fue a dormir.
Grazia estuvo durante un largo tiempo quieta, sentada debajo de la ventana, pensando. Tomó la determinación de robar la hoz y, con mucho cuidado abrió la ventana y se metió en la casa. Se acercó a la mesa y cogió la hoz. Entonces los geniecillos empezaron a gritar:
- ¡Amo! ¿Eres tú? ¿Que quieres que hagamos?
Grazia salió corriendo de la casa con la hoz en la mano, pero el ruido que hizo y los gritos de los geniecillos despertaron al brujo que, al darse cuenta de lo que ocurría, saltó de la cama y empezó a perseguirla. Grazia corría y corría pero el brujo corría más deprisa.
- ¡Devuélveme la hoz! -gritaba.
Grazia, deseperada, veía como el brujo se le iba acercando y ya estaba tan cerca que la muchacha se paró en seco y con todas sus fuerzas lanzó la hoz que fue a caer al camino de piedra. La hoz rebotó tres veces y el mango se rompió. Al instante salieron los cuatro geniecillos y desaparecieron.
El brujo se detuvo. Empezaba a amanecer.
- ¡Desgraciada! ¿qué has hecho? -dijo con una voz muy débil.
Grazia se volvió a mirarle. ¿Era cierto lo que estaba viendo? ¡El brujo estaba desapareciendo! En pocos segundos sólo quedó de él la túnica. Grazia fue corriendo hasta el pueblo y contó lo ocurrido. Se formó una cuadrilla para ir a investigar pero cuando llegaron al lugar donde se encontraba la casa del brujo no encontraron nada. Todo había desaparecido.
Durante muchos años los habitantes de Añes intentaron apoderarse de los geniecillos dejando un mango de hoz encima de un zarzal en la noche de la víspera de San Juan. Pero, que nosotros sepamos, todavía nadie lo ha conseguido.
Historia escrita por Toti Martínez de Lezea a partir de una leyenda recogida por José Miguel de Barandiaran
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