Numerosos ayaleses se vieron obligados, en tiempos pasados, a emigrar. Su principal destino era América, pero hubo otro lugar que también les atrajo: Madrid, la capital del reino, la cual ofrecía importantes ventajas.
La emigración de los ayaleses a Madrid es, sin embargo, distinta en algunos aspectos a la de ultramar. A esta ciudad llegaron más mujeres que hombres (habitualmente solteras que entrarán a formar parte del servicio doméstico madrileño), además los varones presentaban una cualificación profesional más variada que los que se embarcaban hacia América.
En otros aspectos, la emigración seguía las mismas pautas que hacia otros lugares. Normalmente el joven emigrante viajaba a la capital contando con la ayuda de algún pariente o paisano ya establecido, que le proporcionaba su primer trabajo y, con mucha frecuencia, también la vivienda.
De los pueblos de Ayala: Luyando, Llanteno, Menagaray, Respaldiza y Murga fueron los principales suministradores de emigrantes a Madrid, muchos de los cuales envejecieron en esta ciudad. Allí lograron alcanzar una posición social, fundar una familia mediante un matrimonio cuyo otro contrayente no solía ser originario del país Vasco, e integrarse plenamente en la sociedad madrileña.
No obstante, la memoría de la "patria chica" se mantuvo viva entre ellos gracias a la congregación de San Ignacio (fundada en 1713 con carácter benéfico-religioso y que servía de punto de unión de los vascos de las 3 provincias residentes en Madrid) y, sobre todo, a la relación que siguieron manteniendo con la familia que quedó en la localidad de origen. Eran frecuentes los legados hechos en testamento a favor de personas e instituciones de aquí. Por otra parte, casi todos los emigrados que consiguieron acumular una cierta riqueza compraron bienes en su lugar de origen.
Los censos de población de Madrid entre mediados y finales del siglo XIX nos hablan de la presencia de entre un 50 y un 60 % de inmigrantes. Durante el siglo XVIII, la mayor parte de ellos provenía de la zona centro-norte (País Vasco, Santander, Burgos y La Rioja). En el siglo siguiente su número desciende. Ahora bien, a pesar de la menor presencia genérica de vascos, al analizar la composición de los hombres de negocios, se observa que en torno a un 34 % eran vascos.
El sector mercantil estaba dominado por negociantes de origen francés y los vasconavarros, y dentro de este grupo destacó el llamado "grupo de Llanteno", un conjunto de familias y casas de comercio que, provenientes de diferentes localidades del valle de Ayala, se habían asentado en Madrid desde mediados del siglo XVIII y que llegaron a formar un grupo de alta influencia en la vida madrileña, aunque con el tiempo se unieron a él personas del valle de Mena, Santander y Las Encartaciones. Utilizando básicamente los lazos familiares, de parentesco y paisanaje consiguieron que un alto número de familias y personas que provenían de unos territorios que nunca habían destacado por sus expectativas o por sus características mercantiles alcanzaran el éxito.
Algunos de los ayaleses que consiguieron reunir una gran fortuna en Madrid son:
Antonio de Landaluce (Olabezar): Llegó a Madrid en 1775 colocándose como mozo de labranza en la hacienda de Juan Antonio de Zabala (un navarro propietario y secretario del Consejo Supremo de la Inquisición) gracias a los contactos de José Mª de Villodas y Lezama (natural de Respaldiza), miembro del Consejo Real. Landaluce recibió 6.000 reales cuando Zabala murió, y a la muerte de su viuda entró en posesión de toda la fortuna al haber sido nombrado heredero único y universal. Posteriormente ampliaría su fortuna y, al no terner descendencia llamó a su lado a varios sobrinos de Ayala, entre ellos Estanislao de Urquijo, futuro I Marqués de Urquijo.
Los hermanos Acebal y Arratia: Nacidos en Menagaray en 1795 y 1799, llegados a Madrid sin haber cumplido los 11 años. En 1850 declaraban ser propietarios y vivían en la calle Embajadores con 6 sirvientes. Sus 3 hermanas: Mª Sandalia, Ramona y Paula estaban casadas respectivamente con el propietario boliviano Usoz i Río, un militar retirado y propietario de apellido Muñoz de Larrainzar y el senador Huet. Francisco, el mayor de los hermanos fue alférez de la Milicia nacional de Caballería y secretario de la Sociedad Patriótica "Amantes del Orden Constitucional", Diputado provincial en madrid en 1836 y vicepresidente de su consejo provincial a partir de 1845, llegando incluso a ejercer interinamente de jefe político de Madrid. Fue elegido senador por Álava en 1843, reelegido al año siguiente y nombrado senador vitalicio en 1845.
Domingo de Norzagaray (Llanteno): Emigró a principios del siglo XIX a la Corte. En 1814 estaba establecido en Aranjuez dirigiendo un comercio de tejidos al por mayor valorado en algo más de 400.000 reales. Entre 1823 y 1833 comenzó a dar crédito a los círculos mercantiles de Madrid iniciando una larga relación con otras casas financieras madrileñas.
Norzagaray, como muchos otros, se favoreció en el aumento de sus riquezas gracias a su incorporación al círculo político de Mendizabal. Como poseedor de un número elevado de títulos de deuda pública, pudo enriquecerse intercambiándolos por propiedades rústicas y urbanas en la desamortización de 1836-1841. Entre 1842 y 1847 llegó al máximo de su fortuna. Y, aunque la crisis de 1848 le afectó gravemente como a otros muchos, al morir en 1856 su caudal ascendía a algo más de 26 millones de reales.
Sin embargo, el patrimonio de Norzagaray fue ampliamente superado por el que logró acumular 30 años más tarde Estanislao de Urquijo. Nacido en Murga en 1816, después de vivir con un tío suyo en Llodio, emigró a Madrid a casa de su tío Antonio de Landaluce. Éste le colocó en la tienda de telas de Martín Francisco de Erice, con cuya hermana acabó casándose. En 1832 consiguió una plaza de agente de cambio y bolsa. En 1849 pudo abrir su propia sociedad financiera y para 1854 se había convertido en el principal banquero del Marqués de Salamanca. Mantuvo una relación muy estrecha con los Rostchild y su patrimonio creció hasta convertirse en el hombre más rico de España. Cuando murió en 1889 su patrimonio era de 48 millones de pesetas.
Los vascos en Madrid a mediados del siglo XIX/Estíbaliz Ruiz de Azua